Países ricos no permiten a países pobres acceder a biotecnología

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Los organismos modificados genéticamente (MG), o transgénicos, se obtienen utilizando la ingeniería genética para introducir genes de un organismo, con algunas ventajas fisiológicas, en el ADN de otro. Los primeros resultados exitosos aparecieron alrededor de 1973 y rápidamente se les encontró una buena aplicación, principalmente en el campo de la medicina.

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En 1982 la FDA (Food and Drug Administration, entidad estadounidense que regula y controla la calidad de los alimentos y las drogas) aprobó el uso de insulina humana producida por una bacteria modificada genéticamente. Lo siguiente fueron las vacunas y, a mediados de los 90, se aprobó el uso de los transgénicos en la industria agrícola.

Las plantas transgénicas han recibido en su ADN genes que producen nitrógeno, genes que producen nutrientes, o genes que producen toxinas, lo cual las capacita para no necesitar las grandes dosis de fertilizantes e insecticidas que requieren las plantas convencionales.

El uso de la biotecnología en la producción de drogas no ha despertado ninguna reacción adversa, cosa que sí ha sucedido de una manera virulenta con los alimentos.

Los riesgos atribuidos a los cultivos transgénicos se quedan en el campo de lo hipotético pues hasta el momento ningún estudio serio, realizado por instituciones dedicadas a la investigación en el área, ha visto la luz en forma de alguna publicación científica en el sentido estricto. Lo contrario sí ha sucedido. Las autoridades científicas en Estados Unidos y Europa han producido, en diversas oportunidades, documentos declarando la ausencia de algún peligro para la salud de los humanos o el medio ambiente causado por los alimentos MG.

Los estudios siempre han sido conducidos por científicos del campo, sin ninguna financiación o interferencia de las compañías productoras de semillas modificadas. En el año 2001 la Dirección General de Investigación de la Unión Europea publicó un resumen de 81 estudios científicos realizados por separado en un período de 15 años, concluyendo que “La investigación en plantas MG y los productos derivados hasta el momento y que se encuentran en el mercado, demuestra que ellos no representan ningún riesgo para la salud humana o el medio ambiente”.

Por el contrario, existe un consenso científico de que las plantas transgénicas están produciendo bastantes beneficios en el medio ambiente pues disminuyen la necesidad de fumigaciones con químicos tóxicos y en algunos casos evitan la erosión del suelo. Estudios en cultivos de algodón en Australia, China, Sudáfrica y los Estados Unidos muestran una reducción en fumigación con insecticidas entre el 40 y 60 % en las plantas modificadas con respecto a las convencionales.

La disminución en uso de insecticidas beneficia la calidad del agua, y permite que insectos útiles permanezcan en los cultivos. El uso de fertilizantes también se disminuye sustancialmente, bajando los costos para los agricultores y de nuevo, causando menor daño a la salud de los cultivadores y consumidores de las plantas.

¿Por qué los ataques tan severos a los cultivos transgénicos? Los primeros oponentes empezaron a hacer campañas en los países ricos, donde su uso ya no genera mayores beneficios y sí muchos miedos infundados entre los “protectores del medio ambiente”. Una organización muy grande en Europa, Amigos de la Tierra, declara a través de un portavoz: “La ironía es que nosotros no necesitamos los alimentos MG. La industria biotecnológica dice que podría alimentar a los pobres del mundo, pero las organizaciones de caridad para el tercer mundo –como Ayuda Cristiana­­­­– cumplen esa misión”.

Con argumentos como el anterior, los oponentes de los alimentos MG están cometiendo un atentado contra la necesidad de los países pobres de acceder al conocimiento y la tecnología, únicas herramientas que los podrán ayudar a salir de la miseria, pues es justo en esos países donde más de las dos terceras partes de su población se dedica a la agricultura y sobrevive de ella de mala manera, a merced de las sequías, las inundaciones, la falta de insumos o la imposibilidad de comprarlos.

 

 

 

 

En Europa, al igual que en Estados Unidos, las políticas de aceptación de los organismos MG al final dependen del cálculo de los beneficios económicos derivados de su implementación, más que de un cálculo de los riesgos de su uso. Así, los ataques a los organismos MG están sesgados hacia los alimentos pues el uso de organismos transgénicos en la medicina no despierta ninguna protesta. Las aplicaciones médicas, con un gran beneficio sanitario o monetario, se apoyan a pesar de cualquier supuesto riesgo.

Un buen ejemplo para estudiar cuánto riesgo asumen los países ricos si se trata de la aplicación de los MG en la medicina es el siguiente: existe una droga anticoagulante, Atryn, manufacturada en la leche de cabras MG. Una compañía de Estados Unidos llamada GTC Biotherapeutics usa un rebaño de 1400 cabras transgénicas que mantiene en una granja en Massachussets. Tal situación debería haber llamado la atención de los vigilantes del uso de los MG y llevado a la consecuente prohibición; sin embargo en junio de 2006 la droga fue recomendada para su uso en humanos.

Otras drogas producidas usando ingeniería genética y dirigidas al tratamiento de diversos tipos de cáncer están en el mercado en EU y Europa. El riesgo aceptado en la producción de drogas usando organismos MG es mayor en Estados Unidos (50%) que en Europa (35%) marcando una reticencia mayor en los europeos, quienes no aceptan de plano los alimentos MG pero sí se permiten aceptar las drogas recombinantes.

Una posible explicación es que las drogas se hacen en los laboratorios y en condiciones controladas. Las plantas MG están al aire y pueden, según los detractores de la biotecnología, “contaminar” a las plantas vecinas con sus genes dañinos. Pero todo esto ocurre en la cabeza de las personas, en un proceso donde la falta de información y el facilismo con el que se asimilan los anuncios de riesgos que no existen, permite que se tome como verdad algo que no lo es. Las nuevas drogas también incorporan al organismo genes “extraños” y no por eso son estigmatizadas como las plantas transgénicas.

Los “ciudadanos con conciencia ecológica” en Europa quieren menos ciencia y tecnología en la producción de su comida. Ellos pueden permitirse esa posibilidad, más bien ese lujo, pues ya no les es necesaria. Lo que ocurre es que muchas veces los dirigentes de países tan pobres como los de África se adhieren a la postura de las élites europeas, negándoles a sus ciudadanos el derecho a no morirse de hambre, el derecho a tener la ciencia y la tecnología que los libere de ese neocolonialismo más pernicioso tal vez que los anteriores.

La agricultura es la principal fuente de ingresos para dos tercios de los habitantes de los países pobres, comparado con menos del 5% en Europa y Estados Unidos. Lo que les faltaba a los países pobres. Encima de tener que pelear para no morirse de hambre tienen que sufrir las consecuencias de la histeria y la desinformación de “los defensores de la tierra”. Ecologistas que parecen olvidar a su principal habitante.

Fuente: cienciacierta

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